prólogo - victor oller.doc

PRóLOGO A guisa de biografía y modo de introducción Es un placer, el de la memoria, aterrizar de nuevo en el aeropuerto de Viena en una ma?ana de diciembre llena de lluvia fina, hecha casi nieve, sentir el frío que una vez, hace ya varios a?os, me dejó ver por primera vez congelado el Danubio y pasear por el Graben, donde el barroco pirulí del centro, recuerda las víctimas de la Gran Peste. Tímido se abre paso el sol entre “Fiakers” negros, tirados por finos caballos pardinegros, que deambulan con su cochero, chistera en ristre, llevando entusiasmadas jovencitas japonesas hasta el costado de la catedral de San Esteban y esparcen ese olor acre de bo?iga y orín que invade toda la ciudad. Más allá, junto al Palacio Real, un parque cercado por una verja, el Volkspark, transitado de parejas con cochecito de bebé y abuelas con paquetitos de pan seco para los patos, donde algún cíngaro podría estar tocando el violín. Tras la verja, el Burgtheater, la gran casa de Talía en la que desde hace a?os, desde que Claus Peymann la regenta, tienen lugar la mayor parte de los estrenos de aquellas obras teatrales que darán que hablar, que harán correr “arroyos”de tinta, -porque los ríos corren por otras causas,- o que significarán algo en el panorama teatral de la lengua alemana. A su lado el café de los famosos, el Landtmann, rodeado de Mercedes Benz y BMWs de lujo, esconde su fachada tras un enorme calendario de adviento comercial, tras cuyas ventanitas pululan elegantísimas mujeres rubias de largas piernas y hombres armados de loden y “political correctness”, satisfechos de dejarse ver en compa?ía de tanta belleza y de las estrellas del Burgtheater que desayunan ahí a la hora del almuerzo. El Ring y el paseo, lleno de esa a?oranza sentimental de la que Viena rebosa, me llevan aún más lejos, a la Porzellangasse, al lugar en que durante un par de a?os, ni los primeros ni los últimos, trabajé con George Tabori, como actor y docente en la especie de Actor’s Studio a la manera de S